miércoles, 15 de mayo de 2024

De un voleo. Pensamientos y aforismos de mediados de mayo

 


autoesti(g)ma. 1.f. Valoración (generalmente positiva) de sí mismo.

No hay mayor mentira que la autobiográfica.

Rompió los espejos porque no se encontraba en ellos.

Vida: Circunstancia ajena a la muerte.

Mentía tanto sobre sí mismo que un día se olvidó de llevarse consigo. Se dio cuenta al regresar a casa y verse sentado en el sofá del salón.

Hay quien se empeña en ver en nosotros sus defectos.

Es curioso cuánto sabemos de los demás y qué poco de nosotros mismos.

mismidad: 1.f. Condición de fingirse uno mismo.

influencer: residuo de filósofo tras un selfi.


martes, 14 de mayo de 2024

lunes, 13 de mayo de 2024

Recompensa de luz

 

(Presa de Armiñán, febrero de 2024)

Recompensa de luz,
paisaje.
Quien espera paciente.
El tiempo
se cumple.

Tu mano dice: mira.
Como si no existiera
el mundo,
nace en ese momento.

© Pedro Ojeda Escudero, 2024.

domingo, 12 de mayo de 2024

De farolitos chinos y Miguel de Cervantes

 


El farolito chino que se cultiva en algunos jardines refinados europeos en realidad viene de América. Su nombre popular es una metáfora que habla de una mirada hacia lo exótico, el científico (abutilon megapotamicum) deriva del árabe y del griego. La parte árabe parece decir malva del Índico y la parte griega hace referencia a Río Grande, la región del Brasil. Esta flor de aquí me la encontré en el jardín de El Capricho, el edificio que el catalán Gaudí levantó en Comillas para el indiano Máximo Díaz de Quijano, por lo que la decisión del paisajista o del jardinero, encaja bien con el propósito del arquitecto: realizar un edificio de inspiración oriental. Llenó la fachada de girasoles cerámicos, supongo que en referencia al doble -o triple- significado simbólico de esta planta. Así, el edificio remitía a Oriente, al mundo en el que había hecho fortuna el propietario y a cierta extravagancia de la arquitectura inglesa de aquellos tiempos que interesaba al arquitecto y a una cierto grupo de enriquecidos comerciantes esnobs de su tiempo, que buscaban singularizarse, pero también a gustos e identidades y una cierta afirmación de la diferencia. Así que este farolito chino cántabro es un poco de todos los lugares.

*

Estos días, en la prensa se ha debatido sobre el origen de Miguel de Cervantes. José de Contreras y Saro, en una conferencia impartida en el Ateneo de Sevilla, afirmó que Cervantes nació en Córdoba a partir de la lectura de un documento datado el 4 de junio de 1593, en el que el autor afirma tal cosa en su declaración a favor de su amigo Tomás Gutiérrez, que había demandado a la Cofradía y Hermandad del Santísimo Sacramento del Sagrario de la Sata Iglesia Mayor de la ciudad por expulsarlo.

Dos graves errores comete Contreras en la argumentación, por entusiasmo y por ingenuidad académica (pensémoslo así). En primer lugar, dar la impresión de que el documento, conocido, debatido y desechado en cuanto al lugar de nacimiento en 1914, desapareció desde este año hasta que él pudo consultarlo en los archivos de la Universidad de Sevilla hace unos meses, cuando el documento ya fue redescubierto y estudiado de nuevo en 2016 y nuevamente desechado en cuanto al nacimiento de Cervantes (el documento es muy interesante como testimonio de a la relación de Cervantes con el teatro). En segundo lugar, dejarse llevar por el entusiasmo y construir una teoría por la que el Miguel de Cervantes autor del Quijote es el cordobés y el de Alcalá de Henares sería un familiar suyo, proponiendo, a partir de ahí, una curiosa interpretación que ha resultado fácil de desmontar. Que Cervantes tiene raíces familiares en Córdoba era ya muy conocido y que también pudo estar en varias ocasiones en la ciudad. Quizá le haya pesado al conferenciante su poco de orgullo local y su tanto de vanidad investigadora. Por el camino, alguien de la Junta de Andalucía, reclama el documento para estudiarlo, no vaya a ser que Cervantes fuera andaluz y se pudiera relocalizar al bueno de don Miguel, supongo que para sacar el provecho adecuado de todo eso. La prensa -no solo los portales digitales que buscan impacto de visualizaciones, también la prensa seria- enloqueció como solo pasa ahora, dando la noticia sin contrastar. 

Fue tal el revuelo en pocas horas -la marca Cervantes es siempre popular- y el camino de las elucubraciones, que los estudiosos debieron reaccionar pronto, al igual que tuvo que hacerlo Francisco Rodríguez Marín en 1914, para explicar lo que declaró Cervantes en 1593 y por qué lo hizo. Y así han intervenido José Solís de los Santos, Alfredo MartínezRogelio Reyes y José Manuel Lucía Megías. En definitiva, la declaración de Cervantes en 1593 no significa que afirmara que naciera en Córdoba, sino que podía sentirse propiamente de la ciudad o llevar hasta la mentira su testimonio con la idea de favorecer en todo a Tomás Gutiérrez afirmando su raíz cordobesa, que nadie iba a comprobar, por supuesto. Ni era la primera vez que mentía Cervantes ni sería la última: lo hace en documentos oficiales y en lo que relata de sí mismo en su obra, mentiras que tantas veces han confundido al cervantismo aficionado y han sido utilizadas sin pudor por intereses (locales e ideológicos) de otros. 

En este tráeme acá los huesos de Cervantes -que siguen sin identificar a pesar del dineral gastado hace unos años por el ayuntamiento de Madrid para localizarlos en el lugar que todos los investigadores saben que están-, varias conclusiones. En primer lugar, que don Miguel sigue vivo y es un valor seguro; en segundo, que la prensa ha dado al olvido el verdadero periodismo cultural; en tercero, que a muchos les sigue pasando lo que le ocurría a don Quijote, no distinguir la realidad de la ficción; en cuarto, que los localismos y los nacionalismos casan siempre mal con la razón científica, puesto que tienen su origen en la ficción. Caben mejor en una novela que en un ensayo.

*

A fin de cuentas, nacer es el azar mayor de cada existencia que no depende de nosotros.

miércoles, 8 de mayo de 2024

Almendrucos

 


Atisbar el almendruco más escondido entre las hojas del árbol como si se tratara de la fruta bíblica. En las leyendas, en los mitos, en los textos sagrados, hay personajes que observan a otros en secreto, que contemplan sus actos, el movimiento de sus manos, la posición del cuerpo. Suelen ser hombres que miran a jóvenes mujeres preparándose para el baño en un río, en una laguna. El significado sexual es evidente y casi siempre evidencia el deseo insano de posesión del hombre sobre la mujer, en algunos casos evidencia el despertar de la sexualidad, pero a veces se eleva: es la contemplación de la belleza que no se quiere alterar, como si el más leve ruido que denunciara la presencia rompiera ese momento mágico en el que todo es tan perfecto que el mundo se detiene y parece que estamos a punto de encontrar la razón que nos explique. Quien observa contiene la respiración y es incapaz de nada más que de mirar, tal es su asombro.

No es el caso. En el paseo, me he quedado un tiempo contemplando este almendruco, el más oculto. Recuerdo que, de niños, en la barriada, subíamos a los almendros en este tiempo que camina hacia el verano para arrancarlos de las ramas. Con las uñas, abríamos las capas exteriores del fruto (seguro que no recordábamos ya las lecciones sobre el mesocarpio y el endocarpio del colegio) para llegar a la semilla: explorar el mundo, impacientes, incapaces de esperar que el tiempo hiciera su labor. A veces tan solo queríamos fabricar pitos. Embobado por su belleza, he alargado la mano para acariciar la piel solo por saber que está ahí. Quizá tenía miedo de que la infancia haya sido solo un sueño.

martes, 7 de mayo de 2024

Mirar atrás, de Elías Moro

 



En el mundo editorial, de vez en cuando, se produce la feliz coyuntura de un movimiento que va contracorriente, una pequeña grieta por la que aparecen impresos textos alejados de lo que convencionalmente llenan las mesas de novedades de las librerías y ocupan las páginas de los suplementos de los periódicos y las revistas especializadas. El lector interesado debe estar muy atento a estas novedades, que no son fácilmente accesibles puesto que nadie informa de ellas. No me refiero tanto a la rareza de un autor o de un tipo de poesía o de novela que pueda ir aparentemente contracorriente. Al fin y al cabo, estos libros tienen su colocación convencional en la estantería correspondiente. Hay algunos tipos de literatura difícilmente clasificables, géneros enteros. Sin embargo, una vez leído el texto que producen, el lector queda atrapado. En la historia de la literatura se producen fenómenos así, la aparición de una forma de decir diferente, textos que inventan géneros: las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, la nueva configuración del aforismo, el microrrelato...

Mirar atrás de Elías Moro (Newcastle ediciones, 2023) se acoge al género del I Remember (1970) del norteamericano Joe Brainard (1942-1994), llevado a canon genérico por el francés Georges Perec (1936-1982) en Je me souviens: Les choses communes (1978). El escritor Elías Moro (Madrid, 1959, pero residente en Mérida desde 1982) ya se había acercado al género en Me acuerdo (Calambur, 2009).

En resumen, el género consiste en textos muy breves que parten de una misma estructura sintáctica repetida al inicio de cada uno de ellos (me acuerdo...). En ellos, la voz narradora recuerda cosas banales -emociones, anécdotas, personajes, costumbres, imágenes, libros, películas, noticias-, ninguna de ellas de gran relevancia histórica. La acumulación de recuerdos de la memoria individual tiene la virtud de trasformar el libro en una memoria colectiva de hechos comunes a todos o casi todos los lectores. De ahí que se hayan considerado los libros de Brainard o Perec como memoria generacional. Las diferencias con el microrrelato o el aforismo son radicales, aunque, en algunos casos, los me acuerdo puedan tender a lo lírico y, en otros, a lo aforístico. Sobre la autobiografía, tiene la ventaja de la desconexión entre los textos que así pueden introducirse en una gran variedad de cuestiones, también que no pretende explicar una vida desde ningún lugar de llegada sino desde la impresión por  acumulación de los recuerdos en sí misma.

Elías Moro sigue esa convención del género, pero la adapta a su propia memoria y circunstancia: su memoria es, en gran medida, la de todos los que nacimos en los últimos años del franquismo, aunque la fuerza evocadora de algunas imágenes no dejen de ser universales y válidas para generaciones anteriores y posteriores. Sin dejar de ser memoria individual -es una de las esencias del género que nunca debe perderse-, se trasforma, por la comunidad de vivencias, en recuerdo colectivo. De hecho, es quien mejor ha abordado esta literatura en España.

Los recuerdos que disparan la memoria a veces son imágenes que llevan al autor a recuperar también olores o texturas: Me acuerdo del enloquecido ballet de las sábanas húmedas secándose al viento y al sol en balcones y terrazas, de su olor a nieve y sal, de su dulce y blanca tersura. También vivencias o circunstancias personales en las que todos podemos reconocernos: Me acuerdo de cuando me enamoraba a cada poco porque ninguna de aquellas muchachas objeto de mi deseo me hacía el menor caso; Me acuerdo de que nunca he sido capaz de hacer el pino; Me acuerdo de no haber visto nunca llorar a mi padre. Inevitablemente, surge la nostalgia de un tiempo perdido, muchas veces asociado a una marca comercial: Me acuerdo de El Lobo, qué gran turrón. Muchos de los recuerdos provienen de una foto fija de las películas vistas, de las series de televisión antiguas o de los libros leídos que, sumados, son la biblioteca emocional generacional. A veces el motivo es una palabra: Me acuerdo de que el macho de la abeja se llama zángano, una palabra que siempre me ha gustado mucho. Muchos de los recuerdos no provienen estrictamente de vivencias personales al suceder antes de que al autor naciera, sino de cosas que se han leído o sabido en algún momento y que se han instalado en el olvido hasta el momento adecuado en el que retornan para acumularse con los otros recuerdos y formar una capa profunda que nos explica: Me acuerdo de la oreja mutilada de Vicent Van Gogh... En ocasiones, el texto se desborda hacia el presente y dota al recuerdo de una interesante continuación temporal: Me acuerdo de que el horizonte nunca estaba donde esperábamos encontrarlo. / Y que sigue sin estarlo. También de una frustración ante la vida que no pudimos ser o de la caída de ídolos o esperanzas. Sin embargo, no hay un resentimiento con la vida ni con el pasado en los recuerdos de Elías Moro. De ahí el uso frecuente del humor, la ironía o la ternura. A veces es suficiente con aflorar el recuerdo para que el lector se instale en su propio pasado.

Elías Moro también utiliza el género para posicionarse ante nuestra sociedad (el recuerdo de la revolución de los claveles en Portugal, de la contaminación del aceite de colza que produjo tantas víctimas, de las ruinas tras la explosión nuclear en Hiroshima, la condición asesina de casi todas las ideologías y religiones): Me acuerdo de que todos los días mueren de hambre miles y miles de personas sin que a casi nadie parezca importarle

Al pasar las páginas de Mirar atrás y leer los textos, el lector se reconoce en los recuerdos del autor, que le da también tiempo para recuperar los propios, matizar los leídos o ampliarlos. Elías Moro ha escrito un libro mayor con textos que no lo parecen, con un exquisito tratamiento del lenguaje -algo característico en su literatura-. A través de estos recuerdos comunes, sin aparente importancia, de la acumulación de imágenes, noticias, referencias a películas y libros, personajes populares, Elías Moro se adentra en su propia memoria para contarnos la nuestra. Y el lector lo agradece, como si en estas 100 páginas se hallara, en gran medida, el tesoro más auténtico de su propia biografía.

lunes, 6 de mayo de 2024

BROOM. Neandertales y Homo sapiens

 


Una teoría sostiene que los neandertales desaparecieron porque su genética no tuvo el suficiente tiempo para adaptase al cambio climático de su tiempo. Antes de extinguirse, se produjeron algunos cruces con el Homo sapiens y muchos de los seres humanos actuales tienen fragmentos de ADN neandertal en el genoma (especialmente en algunas poblaciones asiáticas y europeas), lo que explica la predisposición a ciertas enfermedades, la relación con algunos alimentos, comportamientos anímicos, el tipo y calidad del sueño, el gusto por el aislamiento, la tendencia a la depresión o algunos tonos claros de piel y cabello. Quizá también nos legaron algunos hábitos, habilidades y creencias. Según parece, los últimos neandertales pudieron vivir en el sur de la península ibérica, cerca del estrecho de Gibraltar frente a una pradera inmensa puesto que el nivel del mar era mucho más bajo. A pesar de eso, no hay testimonio de que los neandertales supieran cruzar masas de agua, cosa que sí consiguieron los sapiens. No es mal sitio para terminar una vida y extinguirse, desde luego.

¿Dónde terminará el último de los sapiens? ¿Qué recordará en los últimos días de su existencia después de haber enterrado a sus familiares y amigos? ¿Se arrepentirá del pasado de la especie? ¿Tendrá tiempo suficiente entre la urgencia para dejarse embargar por la melancolía? ¿Podrá refugiarse en la belleza de los atardeceres? Cuando se haya impuesto la certeza de que todo se termina.

domingo, 5 de mayo de 2024

La flor del cardo y los haters.

 


De entre las flores, algunas de las más hermosas son las de los cardos, tan abundantes, tan pródigos en recursos para el ser humano y los insectos. La planta y la flor poseen la arquitectura perfecta de las cosas que son en sí mismas.

¿Qué placer da el ataque y el insulto? Sobre todo ese tan de moda hoy, que se da por las llamadas redes sociales de internet. ¿Cómo han conseguido los odiadores una bula de superioridad moral sobre la otra persona para maltratarlo así, quién se la ha expedido? Me intrigan esos casos en los que el odio proviene solo de una parte puesto que nunca hubo ofensa previa, los casos en los que nace de la mente obsesiva del odiador que actúa de forma continua y sañuda desde el teclado de su móvil, quizá alimentado por un puñado que se creen poseedores de la verdad y alimentan su resentimiento. ¿Son como aquellos niños que en los colegios practican el acoso a los que piensan más débiles sin darse cuenta del daño que pueden causar en la víctima? ¿Es la envidia lo que les mueve, el rencor, la fe ciega de los que se creen superiores a los demás, un trauma de la infancia? ¿Ya adultos pertenecen a esos movimientos sectarios -religiosos, políticos; da igual, en esto son iguales-, que son incapaces de comprender más contexto que el de su grupo? ¿Quién les ha dado la representatividad que asumen? ¿Estos que hoy odian tanto de forma gratuita serán mañana los comisarios políticos, los que integren las brigadas del amanecer y los tribunales militares de urgencia en la próxima guerra, los miembros de los comités de linchamiento, los que torturen en las cárceles de uno y otro lado?

Con las lluvias, las hierbas de los caminos y de los prados ha crecido como hacía años que yo no había visto por estas tierras. El otro día, junto a la acequia, el sendero casi había desaparecido entre las hierbas, algunas de casi dos metros. Me detuve un rato ante un grupo de cardos. Qué perfecta belleza la de su flor. Cuántas lecciones en ellas.

viernes, 3 de mayo de 2024

Al escribir la flor, la flor se hace

 


En su nombre, permanece la flor. Digo rododendro o azalea y tengo su aroma en las manos en el invierno. Si dijera tu piel huele a azalea, la casa entera se llenaría de ti aunque hace mucho que no estés en ella. Al escribir la flor, la flor se hace.

jueves, 2 de mayo de 2024

Entre la afición y la profesión. Ilustración vallisoletana (2)

 


El programa Valladolid Letraherido acoge Entre la afición y la profesión. Ilustración vallisoletana (2), exposición comisariada por Óscar del Amo (Sala de Exposiciones de la Casa Revilla de Valladolid, hasta el 28 de julio). La muestra continúa la que tuvo lugar en el año 2016 y recoge la obra de veintiún autores vallisoletanos o relacionados con Valladolid que no se encontraban en aquella por motivos de edad u otras razones. En esta segunda edición se cuenta con  Adolfo Arranz, Alba Cantalapiedra, Ana Manteca, Antonio Cantero, Antonio del Hoyo, Cless, Dani Mayo, David Aja, Dr. Juanpa, Enrique Corominas, Fernando Pérez, Jorge Peligro, José Manuel Onrubia, Laufer, Laura Asensio, Laura López Balza, Laura Montes, Óscar T. Pérez, Patricia de Cos, Rut Pedreño y Saniose.

Es sorprendente la cantidad de autores vallisoletanos, pero también la diversidad de estilos, formatos y técnicas. En gran medida se debe a la formación impartida en la Escuela de Arte y la Escuela Superior de Diseño y a propuestas que todavía se recuerdan en la ciudad como Ilustratour o VIlustrado o la actividad de la agencia de ilustradores Pencil. También al estímulo de los más veteranos como Jesús Redondo, Patricia Martín, Raúl Allen o Enrique Gato, todos con una reconocida trayectoria.

Todos los autores participantes, nacidos entre los años sesenta y noventa del siglo XX, ya cuentan con una carrera prestigiosa nacional e internacional, colaboraciones en prensa, en el mundo editorial, cartelería y proyectos de gran ambición (Adolfo Arranz demuestra su dominio de las infografías en Hong Kong o Singapur, David Aja ha obtenido premios tan prestigiosos como dos Harvey y cinco Eisner, etc.), pero también trabajos tan personales como los de Antonio del Hoyo, Antonio Cantero o Laura Montes.

La exposición es un regalo visual para los amantes de la ilustración y contiene obras inéditas, así como muestras de gran parte de las posibilidades de este tipo de arte, desde las más clásicas hasta objetos promocionales, libros, cuadernos de artista, etc.

Desde Valladolid Letraherido siempre hemos prestado atención al mundo de la ilustración y con esta exposición recogemos el trabajo ejemplar de Óscar del Amo por dar a conocer esta faceta artística. Su divulgación también ha creado nuevos autores que, sin duda, participarán en las futuras ediciones.

El catálogo de la exposición puede descargarse en este enlace. Cuenta con un estupendo prólogo de Jesús Marchamalo que nos devuelve a la infancia, en la que tantos comenzamos a leer a partir de las ilustraciones de las colecciones infantiles y juveniles y los tebeos de nuestra época.

miércoles, 1 de mayo de 2024

Ver llover

 


Hoy la tarde ha estado regular. Frío y lluvia a ratos, con algunos relámpagos y truenos. Me he quedado en casa, dejando pasar las horas. Leyendo un poco de esto y de aquello. Escribiendo -tareas atrasadas, que se acumulan-. Mientras, el sol se pone hacia los montes Torozos. Encinares.

Me refugio en el sofá para leer y, de vez en cuando, levanto la vista para ver cómo llueve. Solo eso, cómo llueve. Cuántas cosas pueden ocurrir en una tarde de lluvia, pero solo esa, que llueve. Se nos escapa lo que está más a mano, tan empapados estamos de idealismos, que le ponemos voluntad humana a todo -el horizonte, las nubes, el viento- y el deseo acaba agotado por la ruptura con lo que acontece: la lluvia, que nos moja, que cae sobre los montes Torozos -más allá, sobre Tierra de Campos-, sobre el valle. Cuando hace un alto, cuando deja de llover, atardece.

Basta con poco para dejar el ruido que tanto nos sorprende -como si no fuera algo que propiciamos todos-: ver llover. Como antes, como cuando uno tenía tiempo para mirar por la ventana y ver la lluvia. En silencio.

domingo, 28 de abril de 2024

Tierra de Campos infinitamente

 


Los días se suceden y abril, el mes más cruel, llega a su final sin terminar de hacerse. Ya casi es mayo. Las lilas han brotado con fuerza esta temporada, pero aún no se han cubierto las praderas de amapolas como en mi infancia, cuando salpicaba rojo el campo. Unas cosas han salido bien, otras no; de la mayoría ya no me acuerdo, en la sepultura eficaz de la desmemoria. Debe ser así la vida que toca, quizá urge anotar en los márgenes alguna glosa de lo importante. Por ejemplo, es abril aún: ha llovido mucho, pero no lo suficiente; el campo de esta tierra es un puzle de cereal y soja, verde oleando y amarillo soberbio; hay charcas en la tierra arcillosa y algunos tapiales de adobe se han caído; hay un ruido constante en las ciudades -un ruido de amenaza- y se muere en las guerras, en las que sabemos y en las que ignoramos. Aquel palomar que recordaba, el que está frente al cementerio, no se ha hundido todavía. Los días se agrandan y las noches se achican. El otro día fui por la llanada que va desde Palencia hasta Rioseco: una oda a la belleza, tan perfecta que sobrecoge sea cual sea la estación del año. Allí no hay forma de encubrir la verdad. Se perfila, a lo lejos, el imponente castillo de Montealegre, Tierra de Campos infinitamente. Por el camino, pueblos sin pueblo ya, pero qué sutileza de sonata los verdes del cereal y los azules del cielo. Aquí y allá, las filas de chopos en los ríos y arroyos, corona alta de cardos en las cunetas y malvas en las solanas. Ya lo sabemos, se despide abril, cruel y descorazonado. En la cartera llevo una esperanza de otoño, con miedo a perderla. Tan delicada es, que de vez en cuando me palpo el corazón para comprobar que todavía sigue ahí.